miércoles, 21 de marzo de 2012

Thomas Hobbes: lector de Euclides, traductor de Tucídides

Terence Ball en su ensayo Hobbe’s Linguistic Turn nos narra los dos encuentros que según su criterio marcaron la vida intelectual de Thomas Hobbes; el encuentro en la edad adulta de Hobbes con la obra Elementos de Euclides. El filósofo del orden político y la paz quedó fascinado por el sentido exacto de la geometría. De ahí que sus intérpretes declaren a Hobbes como un hombre fascinado por el orden geométrico y el espíritu racional, no está de más decir que esta es la lectura central que le otorga Jesús Silva Herzog-Márquez al discurso de Hobbes.


Por otra parte, nos dice Terence Ball, que junto al espíritu euclidiano en Hobbes convive el humanista traductor de la Historia de la Guerra del Peloponeso del gran historiador griego Tucídides. Hobbes a la vez quedó fascinado por los grandes discursos políticos encontrados en la obra de Tucídides. Con la traducción de la obra de Tucídides Hobbes muestra la importancia que le otorga al lenguaje, entre otras cosas, por ser un medio de comunicación, contener las reglas del diálogo racional, como arte de la disimulación, justificación y persuasión ante el otro. En lo personal, lo he dicho en otra parte, Hobbes es el artista de la “geometría de la metáfora”.


No me resisto a citar largamente, junto a Hobbes, al poeta Czeslaw Milosz quien al inicio de su novela El poder cambia de manos, nos recrea la tarea de otro traductor de Tucídides:




El profesor Gil estaba tomando el desayuno: té y pan. Como la mayoría de los solitarios, siempre se le olvidaba comprar un poco de mantequilla o de mermelada. De la calle le llegaba el estruendo de los tranvías; su carrocería retorcida, agujereada por las balas, hacía un ruido de chatarra; iba gente colgada en los topes y agarrada a los que habían logrado instalarse en el borde de las plataformas. El viento barría la calle levantando nubes de polvo rojo de ladrillos machacados. El profesor Gil se preguntaba cuánto tardaría aún en terminar el capítulo en que trabajaba; y también le hubiera gustado saber si su esfuerzo tenía algún sentido. Sin embargo, sabía que no merecía la pena pensar mucho en ello: las hojas suspendidas en la pared, en las cuales había apuntado la ración de trabajo correspondiente a cada día, eran para él la mejor disciplina, un refugio, una necesidad o quizás una esperanza.


Tucídides no estaba bien visto. Habría sido más razonable elegir, para traducirlo, cualquier otro autor griego.(Milosz, El poder cambia de manos).



Feliz encuentro para reflexionar sobre el lenguaje y el discurso entre Hobbes, Euclides, Tucídides y el poeta Czeslaw Milosz.


Ciudad de México, a 21 de marzo de 2012.



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